miércoles, 24 de junio de 2020

Jorge Robledo, Una Estrella Olvidada (Capitulo Final)




La historia de Colo Colo dicta que cada torneo en que el “Cacique” participe, debe bregar por quedarse con la copa. Cualquier otro objetivo, simplemente es un fracaso. El año 58’ también partió con esa premisa para los “Albos”, quienes debían lavar las heridas de un año anterior para el olvido. Así, y con Jorge Robledo, Misael Escuti y Enríque Hormazabal a la cabeza, más la revelación de Juan Soto Mura, y las incorporaciones de Mario Ortiz, figura de Palestino el año anterior, y de Luis Hernán Álvarez (que daría que hablar un par de años más tarde), que provenía de Curicó, apostaban el todo por el todo para quedarse con un nuevo trofeo.

Tras el “Ciego” Escuti, que dijo presente en 25 de los 26 encuentros que disputó Colo Colo en el campeonato, “George” fue el embolo del “Popular”, apareciendo en 24 ocasiones (no estuvo en la oncena que igualó a un tanto ante Palestino), matriculándose con 10 goles, lo que lo alzó como el tercer artillero Colocolino, luego de Juan Soto Mura, el “Niño Gol”, que exhibió 16 dianas, y tras “Cua Cua” Hormazabal, que marcó en 13 ocasiones.

Lamentablemente para las aspiraciones albas, la lucha por el campeonato terminó ganándola Wanderers, que fue más regular en la fase definitiva del torneo. Así, a falta de 3 fechas para el final, Colo Colo llegaba con 31 puntos, dos más que los “Caturros”, sin embargo, sólo pudo abrochar un empate en los tres juegos (empate a 1 ante Rangers y caídas por 3 a 2 ante la U y 3 a 0 ante Everton -triunfo que, por esas cosas del destino, selló el campeonato para los “Porteños”-), mientras que los “Verdes”, que también comenzaron a desinflarse, lograron empatar sus últimos 3 juegos (1 a 1 ante Palestino y Unión Española y 2 a 2 ante O’Higgins), conquistando su primer torneo en el fútbol profesional.

Jorge Robledo, en tanto, fue de los más regulares en el plantel que dirigía el uruguayo

Hugo Tassara aquel año, aportando con goles claves en su férrea lucha junto a Santiago Wanderers por hacerse con el título. Excluyente fue su performance ante Everton de Viña del Mar, a los que el “Cacique” venció por 5 a 3, y donde “George” marcó en dos ocasiones, y ante Audax Italiano, en el “Clásico Criollo”, donde el artillero se anotó con los 3 goles que hizo Colo Colo en esa jornada, derrotando a los “Itálicos” por 3 a 1. Todo un repunte en el juego y la importancia de “Pancho” en los de Pedrero, teniendo en cuenta su irregular campaña el año anterior, sin embargo, el futuro le deparaba un embrollo con la dirigencia alba, líos que sólo traería damnificados.

La historia cuenta que los mandamases colocolinos decidieron, tal vez empujados por la irregular campaña del 57’ y un 58’ más brillante, pero que no se comparaba con sus primeras épocas con la camiseta blanca, tomar la decisión de oír ofertas por Jorge Robledo, quien se encontraba con el primer equipo de Colo Colo en Lima, participando de un hexagonal amistoso que los enfrentó a Flamengo, Peñarol, Universitario, Alianza Lima y River Plate, y donde los de Pedrero terminaron últimos, cosechando apenas un triunfo ante los “Íntimos”, a quienes derrotaron por 3 a 2 (Cayeron por 2 a 0 ante los “Millonarios”, 5 a 0 ante el “Manya”, 3 a 1 ante los “Crema” y 4 a 2 ante el “Mengão”)

El jugador, pensando, quizás, en que su etapa en el “Cacique” se estaba extinguiendo, aceptó también negociar las oportunidades que pudieran presentarse, resignándose a que su andar en Colo Colo se estaba acabando. Así, fueron dos las ofertas que llegaron por el “Gringo” a las oficinas de Cienfuegos 41: Huachipato y O’Higgins, propuestas que sedujeron a Robledo, toda vez que ambas instituciones tenían ligazón con empresas extranjeras que le permitían extender el vínculo con quien se decidiera, una vez que colgara los botines, sin embargo, inexplicablemente, y aún cuando contaba con el visto bueno del jugador, la dirigencia alba no aceptó ninguna de los ofrecimientos.

El reglamento de aquel año contaba con una cláusula que, a todas luces, resultaba desigual para los intereses de los jugadores, pues, de no aceptar el club las ofertas que llegasen por el futbolista y éste no estar de acuerdo con la propuesta que le presentara la institución a la que pertenecía su pase para quedarse en sus filas, el deportista quedaba automáticamente condenado a una inactividad en el profesionalismo durante dos años.

La dirigencia colocolina le hizo una última propuesta: rebajar su sueldo, pero entregarle otro, esta vez como entrenador de las divisiones menores, una proposición que subvaloraba la calidad del jugador, su trayectoria y, sobre todo, minimizaba todo lo que Jorge Robledo le había entregado, no sólo a Colo Colo, si no que también al fútbol chileno, y el “Gringo” no lo aceptaría, poniéndole punto final al romance que tanto le había dado al club.

Jorge Robledo Oliver, el anglochileno que apenas podía hablar bien el castellano y que se calzó la camiseta blanca como si la hubiese defendido toda su vida, se marchaba del “Cacique” y por la ventana. “Me habría gustado terminar en Colo Colo en perfecta armonía, porque Colo Colo tendría que ser en mi vida un recuerdo grande, sin que nada lo empañara. Si esta situación se hubiese solucionado amistosamente, creo que habría ido por todas partes con un cartel a la espalda que dijera ‘Como Colo Colo no hay’, le aseguró  a Revista Estadio el propio “George”, en una sentida entrevista que le concedió al célebre semanario deportivo.

Terminaba así, abruptamente, su paso por el “Cacique”, un amor a primera vista, que nació inmediatamente, aquel 31 de mayo del 53’, en su debut con la camiseta blanca, y que significó 3 títulos: dos torneos de Primera División y una Copa Chile; 154 partidos oficiales, ocho más que los que disputó con el Newcastle, una cosecha de 96 goles, laureles y triunfos que le permitieron alzarse como una de las principales figuras que recuerde, no sólo el Olimpo “Albo”, sino que todo el firmamento del Fútbol Chileno.

Hasta hoy, es una incógnita lo que hizo Jorge Robledo aquel año 59’, data en que estuvo

castigado por la Asociación Central de Fútbol, sin embargo, uno de los que pujó por hacerse con su fútbol cuando Colo Colo ya no lo tuvo en sus planes, volvió a la carga: O’Higgins de Rancagua, que aquel año estaba exhibiendo el mejor fútbol que su novel existencia conociera, quedándose con un expectante cuarto lugar en el Torneo de 1959 (a sólo cuatro puntos de Universidad de Chile, que se coronó como campeón), basando su juego en una delantera letal, compuesta por René Meléndez y José Benito Ríos, éste último, goleador del torneo con 22 tantos, y que entre sus logros en dicho campeonato, exhibía el haber derrotado a domicilio a la UC por la mínima, dar cuenta de la U por 2 a 0 en la “Ciudad Histórica”, y animar una guerra de goles con el “Cacique”, en un entretenido 4 a 4.

A raíz de esto, a la dirigencia del “Capo de Provincia” se le abrió el apetito y, recibiendo apoyo económico de la Mina El Teniente y de sus trabajadores, invirtió en grande con tal de pelear el campeonato. Así, aseguró a “George”, mantuvo a Ríos y Meléndez, sus emblemas del año anterior, cerró el fichaje de Gonzalo Carrasco, figura del Green Cross que estuvo a un paso de volver a primera aquel año, anunció la repatriación de Jaime Ramírez, que venía de ser parte esencial del Granada FC, jugando 25 de los 30 partidos de La Liga, marcando 3 goles; y se hizo con los servicios del defensor argentino, Federico Vairo, que había sido pieza fundamental de la zaga de River Plate.

La expectación de la ciudad de Rancagua y, sobre todo, de la prensa, era enorme. Revista Estadio motejaba a los “Celestes” como el “Real O’Higgins”, en alusión al Real Madrid, que la rompía en el “Viejo Continente”, y “El Rancagüino”, un día antes de que se iniciara el campeonato, apuntaba en grande con un ilusionado titular: “Mañana empiezan a pelear el Vice Campeonato 1960”, en alusión a la férrea disputa que tendría con  Universidad de Chile, defensor del título, y Colo Colo, que quería volver a ser campeón,  tras cuatro años de fracasos.

Lamentablemente, las aspiraciones de los rancagüinos se disiparon rápidamente: en su debut, Unión Española le bajó los humos, goleándolos a domicilio por 4 a 2, y si bien se recuperaron en sus siguientes dos cotejos (2 a 1 a Ferrobadminton y 2 a 0 a Universidad Católica), dos empates consecutivos (2 a 2 ante Wanderers y Magallanes), Colo Colo les ratificó que el 60’ no sería su año, asestándole un rotundo 4 a 0, que acabó con cualquier tipo de ilusión que aún quedaba.

Para el “Gringo”, en tanto, la situación no fue muy disímil a la que vivió O’Higgins en aquella temporada. Su debut con la camiseta celeste vino recién en la octava fecha, cuando el “Capo de Provincia” enfrentó a Santiago Morning en el Estadio Nacional. Si bien los “Celestes” cayeron por la mínima ante los “Bohemios”, Jorge Robledo fue de los pocos que destacó, convirtiendo ese partido en el único que jugara el ex Newcastle en la primera rueda.

La irregular campaña de O’Higgins, motivó que, promediando el campeonato, José Salerno, el entrenador argentino que tenían en la banca, diera un paso al costado, sucediéndolo en su puesto, Carlos Orlandelli, situación que le abrió a Robledo la posibilidad de volver a la alineación titular. Así, en la fecha 17º y ante Magallanes, volvió a ser convocado, ocupando un lugar en la oncena estelar hasta el final del campeonato.

Así, vino su “revancha” ante Colo Colo, cuando ambos clubes se enfrentaron en
Rancagua, el 16 de Octubre de 1960. En, tal vez, el mejor partido de O’Higgins en el campeonato, con Robledo y Melendez como puntales de los embates celestes que terminó empatando a 2 goles con los “Albos”, el “Gringo”, exhibiendo gallardía y elegancia, le demostró a la dirigencia del “Cacique” que cometieron un error al dejarlo partir, peleando con el alma cada pelota, pero sólo en la cancha. Una vez terminado el encuentro, se fundió en abrazos con cada uno de sus compañeros y con los que había vivido momentos de gloria, y otros no tanto, vistiendo la casquilla del “Popular”.

Para el recuerdo quedará aquel domingo 20 de Noviembre de 1960, cuando Jorge Robledo Oliver marcó su último gol en el profesionalismo. O’Higgins enfrentaba a Everton en el Estadio Braden -el predecesor reducto del que hoy conocemos como Estadio El Teniente- . Fiel a lo que había mostrado todo el año, el cuadro “Celeste” iba abajo en el marcador por 2 a 0, sin embargo, y a los 71’ minutos de partido,”George” descontaba para los “Celestes”, desatando la algarabía de los 2.723 espectadores que presenciaron el cotejo, y le ponía fin a la historia linda que construyó con la pelota y las redes.

Tras ocho partidos defendiendo la camiseta del “Capo de Provincia”, Robledo sumaba una nueva camiseta con la que gritaba gol, un grito que partía veinte años atrás, cuando despuntó marcando goles jugando a nivel escolar, con el Brampton Ellis School, fintas, lujos y dianas que le abrieron los ojos al modesto Huddersfield Town para llevarlo a sus filas, dando vida a una de las carreras más exitosas que conozca un futbolista chileno, tiñéndolo de gloria con la camiseta listada del Newcastle y volviéndolo “profeta en su tierra” con la enseña de Colo Colo.

Para las estadísticas quedara que, y como profesional, Jorge Robledo jugó 425 partidos como profesional, marcando 212 goles oficiales, 45 con el Barnsley, 82 con el Newcastle, 86 con Colo Colo y 1 con O’Higgins, levantando 5 trofeos, 2 FA Cup, 2 Torneos Nacionales y 1 Copa Chile, y se consagró como máximo goleador durante cuatro temporadas seguidas: FA Cup 51/52, con 6 goles, England First División 51/52, con 33 tantos, Torneo Nacional  1953, con 26 dianas, y el Torneo Nacional 1954, con 25 anotaciones. Sencillamente, espectacular.

La historia cuenta que el último partido como profesional de “Pancho” sería el que lo enfrentó a Palestino, un 11 de Diciembre en el Braden de Rancagua. Ahí, y en un vibrante empate a 3 goles entre “Celestes” y “Árabes”, Jorge Robledo colgaba los botines para siempre, poniendo fin a una brillante carrera. Así, el niño tímido, que pateó sus primeras pelotas en el lejano West Melton, se baño en honores en el  St.James Park y con el escudo de las “Urracas”;  se consagró como ídolo defendiendo los colores de Colo Colo, y que pasó a la historia con el celeste de O’Higgins, daba el postrero paso que lo convertía en leyenda.

Jorge Robledo Oliver, una verdadera estrella de nuestro fútbol.






miércoles, 3 de junio de 2020

Abdón Porte: La Vida Por Los Colores



Si hay un sinónimo por antonomasia al pundonor, el ímpetu y el brío futbolístico es, sin dudas, la "garra charrúa", esa particularidad única que tienen los uruguayos para anteponerse a cualquier malaventura dentro de un campo de juego, a punta de coraje.

Y sí, pues para un país con poco más de 3 millones de habitantes, enclavado en medio de dos gigantes como Brasil y Argentina, ostentar dos Oros Olímpicos, quince Copas América y dos Copas del Mundo; y ufanarse de ocho Copas Libertadores y seis Intercontinentales (el torneo que antecedió al Mundial de Clubes), es algo que, con seguridad, ningún otro fútbol del planeta puede alardear, singularidad que también ha brindado figuras superlativas que se tiñeron de gloria, tales como Juan Alberto Schiaffino, Alcides Ghigghia, Obdulio Varela, Luis Alberto Cubilla, Fernando Morena o Luis Suárez.

Una historia enlazada a fuego con la fibra, el coraje, el corazón y con los sentimientos, y que tienen como gran paradigma a Abdón Porte, multicampeón con Nacional de Montevideo, por allá, en la primeras décadas del 1900, y que optó terminar con sus días ante la imposibilidad de seguir defendiendo los colores de su amada camiseta.

Esta es su historia

Nacido en 1893, hizo sus primeras armas con la pelota en los pies en la ciudad de Durazno, urbe distante unos doscientos kilómetros al noroeste de Montevideo, donde cariñosamente lo conocían como “El Indio”.

Cuando cumplió los quince años, en 1910, se marchó junto a su familia a la capital

uruguaya, ciudad donde bullía el fútbol, que aglutinaba lo más granado del fútbol uruguayo, y el único lugar en tierras orientales donde podía desarrollar profesionalmente su afición por el balompié. Allí, Porte, y con diecisiete años a cuestas, se enroló en los registros del Colón Fútbol Club, institución enclavada en el corazón de Montevideo y que el año anterior había participado por primera vez del Campeonato Uruguayo de Primera División.

Al año siguiente, fue fichado por el desaparecido Club Libertad de Montevideo, que para esa temporada disputaría su segunda pasada en la máxima categoría del fútbol “Charrúa”,  sin embargo, la performance de su nuevo equipo no fue de las mejores, cosechando apenas 2 triunfos de los 14 que disputó, una magra siega que significó que tuvieran que perder su plaza en la liga de elite del futbol uruguayo.

No todo fue gris para “El Indio”, pues su desempeño en Libertad le valió la posibilidad de que Nacional, uno de los grandes del país, que hasta ese año ostentaba dos títulos en la máxima categoría del fútbol uruguayo, y que para la temporada de 1912 había puesto como objetivo el volver a gritar campeón, formando un equipo basado en jugadores de raigambre popular, tales como Pascual Soma, leyenda “Bolsilluda”, que además de marcar goles, trabajaba como vendedor ambulante, o Alfredo Foglino, que había arribado al “Decano”, proveniente también de Libertad, y que las oficiaba como albañil, fijara sus ojos en él y se lo llevara al Barrio La Blanqueada.

Había comenzado su idilio perpetuo con la historia de Nacional y con el corazón de todos sus hinchas.

Su primera incursión en el “Bolso”, la hizo repitiendo las actuaciones que lo habían catapultado desde Libertad a Nacional, jugando como un férreo defensa, sin embargo, y debido a su técnica, se desplaza hacia la mitad de la cancha, donde se erigiría como un torpedero de los ataques rivales y un armador elegante de los ataques del “Decano”.

Así, volvió del círculo central su feudo y ahí los rivales del Nacional no eran bienvenidos. Corpulento y fornido, su talla daba la impresión de un gigante, un titán tosco y lerdo, pero que siempre, siempre, absolutamente siempre, definía a su favor cualquier refriega, singularidad que regocijaba el alma de los hinchas “Tricolores”. Así, con cada pelota dividida en que Porte vencía, más y más se grababa a fuego en el corazón “Bolsilludo”.

No pasó, entonces, mucho tiempo para que “El Indio” se volviera un imprescindible en las alineaciones del Club Nacional y un esencial en las predilecciones del hincha del “Decano”. Así, en su primera temporada con el “Tricolor”, Porte levantó ya se preciaba de levantar dos títulos, el Campeonato Uruguayo de Fútbol 1912, el que ganaron de manera apabullante, con 12 partidos ganados y apenas un empate y una derrota; y la Copa Competencia, un torneo que enfrentaba a cuadros uruguayos, cuyo campeón se cruzaría con el ganador del mismo campeonato, pero en Argentina, para dirimir al mejor club del Río de La Plata.

Esto, le valió la posibilidad de ser convocado por Uruguay para que disputaría en Montevideo la segunda edición del Campeonato Sudamericano de Selecciones que se llevaría a cabo en 1917. Así, y tras un 1916 donde él y Nacional rozaron la perfección, con Abdón Porte confirmando su incuestionable lugar en la oncena del “Decano” y con el “Tricolor” siendo campeón invicto, sacándole doce puntos de ventaja a su más cercano perseguidor: Peñarol.

La máxima justa de selecciones sería el corolario de una carrera brillante, pues, aún cuando no tuvo la posibilidad de participar como titular, formó parte del plantel “Charrúa” que se coronó como bicampeón del torneo. Un laurel más a una exultante carrera, y que lo elevaba al selecto grupo de jugadores campeones, tanto a nivel de clubes, como a nivel de combinados. Así, y con 24 años, la gloria y el reconocimiento le tomaban la mano.

Tras la Copa América, nada volvería a ser igual para “El Indio”. Si bien seguía como titular de Nacional, para Porte el paso del tiempo no le era fútil. Sentía que ya no era el mismo que se había ganado el afecto y la adoración de la hinchada y eso era algo que para él era inaceptable. La camiseta de Nacional se defendía con coraje, con brío y con ímpetu y si las piernas flaqueaban, la afrenta al “Decano” se volvería una ignominia.

Su recelo, sin embargo, no fue impedimento para que esa temporada capitaneara al “Bolso” a quedarse con dos títulos: un nuevo Campeonato Uruguayo y una Copa de Honor, cosechando a esas alturas, nada más y nada menos, que 13 títulos a nivel uruguayo y 6 torneos internacionales, además del título de la Copa América que había levantado ese mismo año.

La vida le sonreía: era ídolo del club de sus amores. en las calles la gente lo reconocía y valoraba su esfuerzo, pero su cabeza y su corazón estaban atribulados y ahí, en los sentimientos y en la razón; los elogios, las loas, los aplausos, el éxito no tenían mayor importancia. Y su contrariedad, su pesadumbre, estarían lejos de extinguirse

En 1918, la dirigencia de Nacional cerró la contratación de Alfredo Zibechi, un recio

centrocampista defensivo, igual que Porte, y que después se convertiría en multicampeón con el “Bolso” y con la Selección Uruguaya. El “Pelado”, como conocían a Zibechi, había sido la figura excluyente del Montevideo Wanderers, por lo que su puesto en la oncena titular estaba asegurada. Era la estocada final para la atribulada cabeza de “El Indio”.

Aún cuando los dirigentes “Tricolores” le habían pedido que se mantuviera en el equipo para la siguiente temporada, pues la afición no les perdonaría dejarlo partir y, sobre todo, porque su figura era un emblema dentro del plantel, Abdón Porte sentía que su entrega ya no servía, que la vida que puso en cada balón, que el corazón que metió en cada partido en que defendió al “Bolso” ya no lo valoraban, que su lugar en Nacional ya no existía, desatando la aciaga sentencia que lo empujaría a la eternidad.

Aquella jornada, el último día terrenal de Porte, Nacional enfrentaba al Charley por la última fecha de aquella temporada. Ya habían logrado la copa, por lo que el partido ante los “Verdiblancos” suponía un mero trámite. Y así fue, hecho que motivó una celebración luego del encuentro, donde el plantel y los dirigentes celebrarían el año redondo del “Bolso”. “El Indio” también participó, pero su mente estaba en otra parte. El corazón de la cancha ya no le pertenecía. El alma del Nacional ya no sería suya y eso no podía remediarlo.

Ya entrada la noche, se despidió de sus compañeros y haciéndoles creer que regresaba a

su casa, enfiló rumbo hacia la inmortalidad. Subió a un tranvía y bajó cerca del Gran Parque Central, el estadio donde en tantas jornadas la gloria, la caprichosa, sucinta y arisca gloria, insistía con salpicarlo. Desconsolado, entró a oscuras al campo de juego y detuvo su andar en el centro del campo, el lugar que por años fue su feudo y que ahora le habían arrebatado.

No había nadie a su alrededor. Las gradas que antes, henchidas de gente, habían aplaudido sus hazañas, mudas, le volteaban la mirada, como no queriendo ver lo que vendría. Porte se inclinó, tocó el pasto por última vez, sacó un revolver que llevaba entre sus ropas, llevó el cañón de la pistola hacia el centro de su pecho y disparó. Un disparo atronador que retumbó la oscura noche, pero que nadie oyó. Era la madrugada del martes 5 de Marzo de 1918 y “El Indio” pasaba de imprescindible a leyenda, de esencial a mítico.

Cuenta la leyenda, que a la mañana siguiente, el canchero del Parque Central encontró el cuerpo sin vida de Porte y junto a él, una carta dirigida a Nacional, el amor de su vida donde se leía… “Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante. No olvidaré un instante lo mucho que te he querido. Adiós para siempre”, una declaración de amor póstuma, pero perenne, ulterior, pero eterna. El tímido muchacho que había llegado de Durazno y que a punta de arrojo y valentía se había ganado un lugar en el corazón “Bolsilludo”, entraba al Olimpo, al firmamento del Club Nacional.

Con su martirio, “El Indio” había resuelto la encrucijada que lo llevó a terminar con sus días: Desde el momento mismo en que la bala se incrustaba en su corazón, el centro del campo, su señorío, su propiedad, su dominio, durante tantas jornadas de victoria, se volvería suyo para siempre, pues su alma, esa con la que siempre defendió los colores de Nacional, se quedaría para la eternidad allí.