miércoles, 3 de junio de 2020

Abdón Porte: La Vida Por Los Colores



Si hay un sinónimo por antonomasia al pundonor, el ímpetu y el brío futbolístico es, sin dudas, la "garra charrúa", esa particularidad única que tienen los uruguayos para anteponerse a cualquier malaventura dentro de un campo de juego, a punta de coraje.

Y sí, pues para un país con poco más de 3 millones de habitantes, enclavado en medio de dos gigantes como Brasil y Argentina, ostentar dos Oros Olímpicos, quince Copas América y dos Copas del Mundo; y ufanarse de ocho Copas Libertadores y seis Intercontinentales (el torneo que antecedió al Mundial de Clubes), es algo que, con seguridad, ningún otro fútbol del planeta puede alardear, singularidad que también ha brindado figuras superlativas que se tiñeron de gloria, tales como Juan Alberto Schiaffino, Alcides Ghigghia, Obdulio Varela, Luis Alberto Cubilla, Fernando Morena o Luis Suárez.

Una historia enlazada a fuego con la fibra, el coraje, el corazón y con los sentimientos, y que tienen como gran paradigma a Abdón Porte, multicampeón con Nacional de Montevideo, por allá, en la primeras décadas del 1900, y que optó terminar con sus días ante la imposibilidad de seguir defendiendo los colores de su amada camiseta.

Esta es su historia

Nacido en 1893, hizo sus primeras armas con la pelota en los pies en la ciudad de Durazno, urbe distante unos doscientos kilómetros al noroeste de Montevideo, donde cariñosamente lo conocían como “El Indio”.

Cuando cumplió los quince años, en 1910, se marchó junto a su familia a la capital

uruguaya, ciudad donde bullía el fútbol, que aglutinaba lo más granado del fútbol uruguayo, y el único lugar en tierras orientales donde podía desarrollar profesionalmente su afición por el balompié. Allí, Porte, y con diecisiete años a cuestas, se enroló en los registros del Colón Fútbol Club, institución enclavada en el corazón de Montevideo y que el año anterior había participado por primera vez del Campeonato Uruguayo de Primera División.

Al año siguiente, fue fichado por el desaparecido Club Libertad de Montevideo, que para esa temporada disputaría su segunda pasada en la máxima categoría del fútbol “Charrúa”,  sin embargo, la performance de su nuevo equipo no fue de las mejores, cosechando apenas 2 triunfos de los 14 que disputó, una magra siega que significó que tuvieran que perder su plaza en la liga de elite del futbol uruguayo.

No todo fue gris para “El Indio”, pues su desempeño en Libertad le valió la posibilidad de que Nacional, uno de los grandes del país, que hasta ese año ostentaba dos títulos en la máxima categoría del fútbol uruguayo, y que para la temporada de 1912 había puesto como objetivo el volver a gritar campeón, formando un equipo basado en jugadores de raigambre popular, tales como Pascual Soma, leyenda “Bolsilluda”, que además de marcar goles, trabajaba como vendedor ambulante, o Alfredo Foglino, que había arribado al “Decano”, proveniente también de Libertad, y que las oficiaba como albañil, fijara sus ojos en él y se lo llevara al Barrio La Blanqueada.

Había comenzado su idilio perpetuo con la historia de Nacional y con el corazón de todos sus hinchas.

Su primera incursión en el “Bolso”, la hizo repitiendo las actuaciones que lo habían catapultado desde Libertad a Nacional, jugando como un férreo defensa, sin embargo, y debido a su técnica, se desplaza hacia la mitad de la cancha, donde se erigiría como un torpedero de los ataques rivales y un armador elegante de los ataques del “Decano”.

Así, volvió del círculo central su feudo y ahí los rivales del Nacional no eran bienvenidos. Corpulento y fornido, su talla daba la impresión de un gigante, un titán tosco y lerdo, pero que siempre, siempre, absolutamente siempre, definía a su favor cualquier refriega, singularidad que regocijaba el alma de los hinchas “Tricolores”. Así, con cada pelota dividida en que Porte vencía, más y más se grababa a fuego en el corazón “Bolsilludo”.

No pasó, entonces, mucho tiempo para que “El Indio” se volviera un imprescindible en las alineaciones del Club Nacional y un esencial en las predilecciones del hincha del “Decano”. Así, en su primera temporada con el “Tricolor”, Porte levantó ya se preciaba de levantar dos títulos, el Campeonato Uruguayo de Fútbol 1912, el que ganaron de manera apabullante, con 12 partidos ganados y apenas un empate y una derrota; y la Copa Competencia, un torneo que enfrentaba a cuadros uruguayos, cuyo campeón se cruzaría con el ganador del mismo campeonato, pero en Argentina, para dirimir al mejor club del Río de La Plata.

Esto, le valió la posibilidad de ser convocado por Uruguay para que disputaría en Montevideo la segunda edición del Campeonato Sudamericano de Selecciones que se llevaría a cabo en 1917. Así, y tras un 1916 donde él y Nacional rozaron la perfección, con Abdón Porte confirmando su incuestionable lugar en la oncena del “Decano” y con el “Tricolor” siendo campeón invicto, sacándole doce puntos de ventaja a su más cercano perseguidor: Peñarol.

La máxima justa de selecciones sería el corolario de una carrera brillante, pues, aún cuando no tuvo la posibilidad de participar como titular, formó parte del plantel “Charrúa” que se coronó como bicampeón del torneo. Un laurel más a una exultante carrera, y que lo elevaba al selecto grupo de jugadores campeones, tanto a nivel de clubes, como a nivel de combinados. Así, y con 24 años, la gloria y el reconocimiento le tomaban la mano.

Tras la Copa América, nada volvería a ser igual para “El Indio”. Si bien seguía como titular de Nacional, para Porte el paso del tiempo no le era fútil. Sentía que ya no era el mismo que se había ganado el afecto y la adoración de la hinchada y eso era algo que para él era inaceptable. La camiseta de Nacional se defendía con coraje, con brío y con ímpetu y si las piernas flaqueaban, la afrenta al “Decano” se volvería una ignominia.

Su recelo, sin embargo, no fue impedimento para que esa temporada capitaneara al “Bolso” a quedarse con dos títulos: un nuevo Campeonato Uruguayo y una Copa de Honor, cosechando a esas alturas, nada más y nada menos, que 13 títulos a nivel uruguayo y 6 torneos internacionales, además del título de la Copa América que había levantado ese mismo año.

La vida le sonreía: era ídolo del club de sus amores. en las calles la gente lo reconocía y valoraba su esfuerzo, pero su cabeza y su corazón estaban atribulados y ahí, en los sentimientos y en la razón; los elogios, las loas, los aplausos, el éxito no tenían mayor importancia. Y su contrariedad, su pesadumbre, estarían lejos de extinguirse

En 1918, la dirigencia de Nacional cerró la contratación de Alfredo Zibechi, un recio

centrocampista defensivo, igual que Porte, y que después se convertiría en multicampeón con el “Bolso” y con la Selección Uruguaya. El “Pelado”, como conocían a Zibechi, había sido la figura excluyente del Montevideo Wanderers, por lo que su puesto en la oncena titular estaba asegurada. Era la estocada final para la atribulada cabeza de “El Indio”.

Aún cuando los dirigentes “Tricolores” le habían pedido que se mantuviera en el equipo para la siguiente temporada, pues la afición no les perdonaría dejarlo partir y, sobre todo, porque su figura era un emblema dentro del plantel, Abdón Porte sentía que su entrega ya no servía, que la vida que puso en cada balón, que el corazón que metió en cada partido en que defendió al “Bolso” ya no lo valoraban, que su lugar en Nacional ya no existía, desatando la aciaga sentencia que lo empujaría a la eternidad.

Aquella jornada, el último día terrenal de Porte, Nacional enfrentaba al Charley por la última fecha de aquella temporada. Ya habían logrado la copa, por lo que el partido ante los “Verdiblancos” suponía un mero trámite. Y así fue, hecho que motivó una celebración luego del encuentro, donde el plantel y los dirigentes celebrarían el año redondo del “Bolso”. “El Indio” también participó, pero su mente estaba en otra parte. El corazón de la cancha ya no le pertenecía. El alma del Nacional ya no sería suya y eso no podía remediarlo.

Ya entrada la noche, se despidió de sus compañeros y haciéndoles creer que regresaba a

su casa, enfiló rumbo hacia la inmortalidad. Subió a un tranvía y bajó cerca del Gran Parque Central, el estadio donde en tantas jornadas la gloria, la caprichosa, sucinta y arisca gloria, insistía con salpicarlo. Desconsolado, entró a oscuras al campo de juego y detuvo su andar en el centro del campo, el lugar que por años fue su feudo y que ahora le habían arrebatado.

No había nadie a su alrededor. Las gradas que antes, henchidas de gente, habían aplaudido sus hazañas, mudas, le volteaban la mirada, como no queriendo ver lo que vendría. Porte se inclinó, tocó el pasto por última vez, sacó un revolver que llevaba entre sus ropas, llevó el cañón de la pistola hacia el centro de su pecho y disparó. Un disparo atronador que retumbó la oscura noche, pero que nadie oyó. Era la madrugada del martes 5 de Marzo de 1918 y “El Indio” pasaba de imprescindible a leyenda, de esencial a mítico.

Cuenta la leyenda, que a la mañana siguiente, el canchero del Parque Central encontró el cuerpo sin vida de Porte y junto a él, una carta dirigida a Nacional, el amor de su vida donde se leía… “Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante. No olvidaré un instante lo mucho que te he querido. Adiós para siempre”, una declaración de amor póstuma, pero perenne, ulterior, pero eterna. El tímido muchacho que había llegado de Durazno y que a punta de arrojo y valentía se había ganado un lugar en el corazón “Bolsilludo”, entraba al Olimpo, al firmamento del Club Nacional.

Con su martirio, “El Indio” había resuelto la encrucijada que lo llevó a terminar con sus días: Desde el momento mismo en que la bala se incrustaba en su corazón, el centro del campo, su señorío, su propiedad, su dominio, durante tantas jornadas de victoria, se volvería suyo para siempre, pues su alma, esa con la que siempre defendió los colores de Nacional, se quedaría para la eternidad allí.



1 comentario:

  1. Bien Carlitos.Tu calidad confirma el hecho de que periodismo rasca en Chile es endógeno y no deja lugar a los mejores.

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