Corría 1937 y el
levantamiento fascista contra la Segunda República Española se asentaba a punta
de sangre y fuego por toda la península. La situación era funesta: más de la mitad
de España estaba en manos de los alzados, la muerte reinaba en todas partes, y el hambre junto a la escasez de alimento coronaban un panorama
aciago para el pueblo digno.
Nada ni nadie se salvaba
del azote criminal de Franco y de sus
repugnantes socorros mandados por Hitler y Mussolini. Así, y ante
tanta crueldad, el novel Gobierno Vasco, encabezado por José Antonio Aguirre, y
fiel a la República, decidió poner a salvo de la barbarie a miles de niños,
víctimas inocentes del conflicto. Apoyados por gobiernos extranjeros, miles de
infantes -se estima que más de 30 mil- se embarcaron rumbo a destinos tan
disímiles, tales como Francia, Bélgica, Inglaterra, Rusia, Dinamarca o México.
Unido a esto, y con la
intención de generar ayuda económica para los propios pequeños, el mismo
Aguirre meditó la idea de enviar por el mundo a lo mejor del fútbol de Euskadi,
reuniendo a los más excelsos jugadores de toda la región. Sin embargo, y a poco
andar de la idea, se decidió reclutar a los valores que alguna vez hubiesen
vestido y sentido los colores del Athletic Club de Bilbao, por considerar a
este club como el mayor y mejor exponente del fútbol vasco.
Isidro Lángara, máxima figura del Euskadi |
Era finales de marzo de
1937 y se presentaron en San Mamés una plantilla de jugadores incomparable,
difícil de superar en su talla humana y deportiva. Los mejores exponentes del
equipo campeón de la Liga justamente el año anterior, reforzados por Luis
Regueiro, que venía de sendas actuaciones por el Real Madrid; Serafín Ahedo,
insignia del Betis, penúltimo campeón de España antes que se suspendiera el
torneo; y de un imprescindible: Isidro Lángara, goleador en el 34', 35' y 36',
defendiendo los colores del Real Oviedo, y quien, cuando estalló el conflicto,
no dudó en tomar las armas para defender al Frente Popular, enrolándose en el
bando republicano.
El ilustre conjunto
estaba encabezado por Pedro “Perico” Vallana, jugador a esa época retirado y
que ostenta el rótulo aún de ser el único futbolista español en haber participado
en tres Juegos Olímpicos, quien las ofició como el director técnico del equipo,
quien, además de adiestrar a sus discípulos, debió de encargarse de
confeccionar el uniforme que ocuparía dicha selección, además de Ricardo
Irezabal, vicepresidente de la Federación Española y Manuel de la Sota,
presidente del Athletic, y al que el Gobierno vasco encomendó la tutela de la
expedición.
Con pocas
"pilchas", pero con un corazón henchido por saber que lo que hacían
trascendería en la historia y, por sobre todo, que su ejemplo empequeñecía aún
más la repugnante actuación de los fascistas, los 23 héroes partieron a París,
lugar donde comenzaría una de las odiseas más dignas de que tenga cuenta la
historia del balompié a nivel mundial.
El sábado 24 de abril de
1937, la Selección de Euzkadi arriba a la estación de tren París-Austerlitz, en
la capital gala, siendo recibidos por Rafael Picabea, diputado por Guipúzcoa y
delegado del Gobierno Vasco. El tiempo corría rápido y los refugiados vascos
alrededor del mundo tampoco podían esperar. En la jornada siguiente, jugarían
el primer partido de la gira ante el Racing de Paris, sin embargo, toda la
delegación insistió en visitar la Tumba del Soldado Desconocido, ubicada bajo
el Arco del Triunfo, que representa a todos los soldados fallecidos durante el
transcurso de la Primera Guerra Mundial, y depositaron allí la Ikurriña, la
célebre bandera tricolor vasca.
A la jornada siguiente,
y como estaba presupuestado, el Euskadi, como comenzaron a llamarle a dicha
selección, y nada más que en el Estadio
Parque de los Príncipes, tendría su primer apretón ante el Racing Club de
Francia, último campeón del torneo galo, y que se vio reforzado con lo mejor
del fútbol francés. Pero, y ni siquiera los socorros futbolísticos venidos
desde toda Francia, fueron suficiente para que los locales pudieran hacerle
frente a los vascos, pues, y con una inapelable actuación de Isidro Lángara,
quien marcó los goles del encuentro, el Euzkadi se impuso por 3 a 0, cosechando
sus primeros aplausos.
La algarabía aún no
abandonaba al ilustre conjunto vasco, cuando, a la mañana siguiente, las radios
de toda Europa, a excepción, por cierto, de las emisoras franquistas en España,
emitían la trágica noticia de que la Legión Cóndor, encabezada por el general
nazi al servicio de Franco, Wolfram von Richthofen, bombardeaba la emblemática
ciudad de Guernica, enclavada en el corazón del País Vasco y considerada su
capital cultural e histórica, quitándole la vida a más de 300 civiles.
Dicha aberración caló
hondo en la legación vasca, sin embargo y
como homenaje a las víctimas de aquel episodio, se juramentaron ganar su
próximo encuentro. Y así fue. Con una mágica demostración de fútbol, el Euzkadi
barrió con el Olympique de Marsella, derrotándolo por 5 a 1, y reduciendo en
parte el dolor que les significaba estar lejos de su tierra y enterarse,
además, de la terrible situación que vivía su pueblo a manos del cáncer
fascista.
La revancha con el
Racing de París fue otro éxito, ganando por 5 a 2. Los partidos siguientes en
Francia fueron otras tantas actuaciones triunfales. En Toulouse, en su tercer
partido con el Racing empató a dos tantos. Europa entera se interesa por este
equipo sensacional, además de admirarse por la labor humanitaria que
desarrollaban para con su pueblo: Jóvenes de un país en guerra, dando patadas
al balón para dar pan a los niños y compatriotas exiliados.
Tras las sendas
actuaciones ofrecidas en Francia, el equipo encabezado por “Perico” Vallana
recibe ofrecimientos en Checoslovaquia, Polonia y Rusia para disputar partidos
y recaudar fondos. Así, y con toda la ilusión, partieron en su periplo por
Europa del Este, siendo su primera parada la hermosa ciudad de Praga, donde se
enfrentaría a la Selección de Checoslovaquia y a un combinado de equipos de
"La Ciudad Dorada", como solía llamársele a la capital checoslovaca.
No obstante la
expectativa, la admiración y el júbilo que generó el Euzkadi en Praga, el
periplo por Checoslovaquia no fue cien por ciento placentero. En su primer
partido ante la selección de aquel país, el combinado vasco, a pesar de
demostrar gran calidad, cayó por un estrechísimo marcador de 2 a 1. Luego, y
enfrentando a un surtido de los mejores futbolistas de Praga, volvió a ser
derrotado, esta vez por 3 a 2. Sin embargo, esto no fue lo que más dolor le
causó a la "Selección Histórica", pues una falsa información franquista enviada a toda
Europa, tildándolos de "Comunistas", fue el hecho que les traería más de un dolor
de cabeza en los días venideros.
Tras dejar
Checoslovaquia, el conjunto vasco tomó rumbo a Polonia. Ahí, viajaron
primeramente a Katowice, capital carbonífera del mundo, donde jugarían ante el
seleccionado polaco, al cual derrotó por
un ceñido 5 a 4. La revancha, se llevaría a cabo pocos días después, pero esta
vez en la capital de aquella república: Varsovia. Una vez arribados a la
capital, el “mote” con que Franco había catalogado a la gira de esos verdaderos
patriotas, se había regado por las calles de la “Ciudad Siempre Invencible” y
llegado a oídos de la policía varsoviana, ente que les malogró su estadía en
aquella ciudad y complotó para que el encuentro de revancha no se jugara.
Con la intención de
mostrarle al pueblo polaco que si bien su acción tenía un trasfondo político,
su misión única era la de recolectar dinero y enviárselos a sus compatriotas
dispersos, de manera obligatoria, por
gran parte de Europa y Latinoamérica, el
seleccionado de Euskadi se acercó,
uno de los domingos en que estuvo en Polonia, a una iglesia para oír la misa, como
queriéndoles mostrar a sus celadores que los comunistas también comulgaban.
Recibimiento del Euskadi a su llegada a Moscú |
Tras su triste paso por
Polonia, el pequeño grupo vasco olvidó rápidamente los momentos amargos vividos
en este último país y se dirigió en tren rumbo a Rusia. Allí esperaban recibir
todo el apoyo de la gente, galerías repletas de gente queriendo ver su juego y
apoyar su cruzada, sin embargo, jamás imaginaron que recibirían el homenaje más
emocionante de todo su heroico periplo.
El recibimiento en Moscú
fue grandioso. Las autoridades y el pueblo aclamaron a los vascos. Con ramos de
flores, entregados por bellas muchachas rusas, la delegación fue hospedada en
el Hotel Metropol, quizás el albergue más importante de toda Rusia, donde se
prepararon para enfrentar su primer partido en las tierras de Iosif Stalin,
frente, nada más y nada menos, que al Lokomotiv, último campeón de la Liga Soviética,
al cual vencieron por un lapidario 5 a 1 en un estadio abarrotado por 90 mil
espectadores.
Luego del partido
vendría el momento más emotivo en esta travesía cargada de conmociones, tristezas
y optimismo, pues a pocos kilómetros de la capital soviética se había instalado
un campamento de refugiados vascos, el que tenía como gran particularidad el de
estar compuesto íntegramente por niños. La delegación de Euskadi no perdió
tiempo en ir a visitarlos y, con un gran entusiasmo, más de quinientos
infantes, venidos de todos los rincones de Euzal-Herria, y que salvaguardando
sus vidas del horror de la guerra, habían de marchar a las frías estepas rusas.
Aquella tarde fue
memorable. Los niños pudieron ver de cerca de todos sus ídolos y deleitarlos
enfrentándose a un grupo de chicos rusos que también llegó a compartir de tan
memorable velada, en un entretenido partido de fútbol. Destacaron entre los
impúberes dos de exquisita técnica: Paco Angulo, que con el tiempo se
convertiría en médico del Athletic Club de Bilbao, y de Ruperto Sagasti, quien, y al poco tiempo,
se convertiría en uno de los punteros más insignes del Dinamo de Kiev y del
Spartak de Moscú y que, posteriormente, se transformara en el director de todas
las escuelas rusas de fútbol.
Posteriormente, y tras
esa maravillosa sorpresa, la delegación
vasca siguió con sus compromisos a la largo y ancho de la Unión Soviética. Dos
contra el Dynamo de Moscú, donde registró dos victorias. Luego se trasladó a
Leningrado, donde igualó ante el Dynamo de aquella ciudad. Tras visitar la
Ciudad de Lenin, también se dirigieron a Kiev, Minsk y Tiflis, ganando en todas
sus presentaciones. El último partido en tierras soviéticas los enfrentó,
nuevamente, ante el Spartak, cuadro con el cual tuvo su primer y único traspié
en su incursión en la URSS.
Al marcharse de Moscú,
una mala nueva golpeó duramente al seleccionado: la caída de Bilbao a manos de
las tropas franquistas. La desesperación de saber poco y nada de sus familias,
además de enterarse de la pérdida de innumerables vidas tentó al grupo a
volverse a España, sin embargo el Gobierno Vasco les rogó que siguieran dando
patadas al balón, para poder seguir dando pan a los niños que seguían
exiliados. Y aceptaron el ruego con una disciplina encomiable.
Tomaron sus maletas y
vía Leningrado, se dirigieron a Finlandia y desde allí a Noruega, donde
disputaron algunos partidos. Tras visitar Oslo, se trasladaron a Dinamarca,
donde jugarían dos partidos más, con victorias vascas inapelables. Luego de su
estadía en tierras danesas, el Euzkadi se volvió a Francia, donde, y a algunos
kilómetros de Paris, instalaron su residencia en el pequeño pueblo de Barbizon.
Una vez instalados en
Francia, y dejando de lado por un instante el fútbol, el Euzkadi tuvo tiempo de
pensar y meditar lo que ocurría en Bilbao y en España. La guerra no tenía para
cuando terminar y muchos de ellos temían por la suerte que corrían sus
familias. Esta situación motivó la deserción de más de algún jugador, mientras
que otros, con la convicción firme que desde lo que sabían hacer mejor podían
ayudar a quienes sufrían el flagelo del conflicto que desgarraba la patria,
comenzaron a analizar la arriesgada tarea de cruzar el Atlántico para seguir con
la gira, pero esta vez en América.
Los directivos y
jugadores del Euzkadi estudiaron con mimo y detalle el programa, países y
partidos a jugar en América, a la vez que se prometían no abandonar la
expedición, aún a costa de cualquier fichaje personal. Había que seguir y
seguirían Solamente había una premisa: continuar. Entonces surgió dentro del
equipo Euzkadi una gran solidaridad y empeño. Prueba de ello es que en América
nadie se dejó deslumbrar ni atraer por tentadores fichajes, hasta que se
disolvió el equipo. Es imagen de que la selección vasca fue mucho más que un
equipo de fútbol.
Poco menos de un mes de
arribados a Barbizon, las cartas ya estaban echadas: Partían a América. Se
dirigieron al puerto El Havre y a bordo del trasatlántico Ile de France, partieron
hacía Nueva York, de ahí a La Habana, posteriormente a Veracruz y finalmente a
Ciudad de México, donde tenían agendado una serie de encuentros ante equipos
aztecas. Allí el Euzkadi se enfrentó a cuadros de Orizaba, Guadalajara, México e incluso a la
Selección Nacional Mexicana. El palmarés no pudo ser más positivo y brillante:
vencieron en los diez partidos jugados, incluido contra el combinado nacional.
Tras su victorioso paso
por México, país amigo del País Vasco y de la Segunda República Española, el
Euzkadi recibió un ofrecimiento ineludible: desde Sudamérica, y nada más que
desde Argentina, los cinco equipos más importantes de aquel país los convidaban
a enfrentarse a ellos. La fama de lo que estaban haciendo había traspasado las
fronteras de Europa y se regaba a lo largo de toda América. Racing Club de
Avellaneda, San Lorenzo de Almagro, River Plate, Independiente y Boca Juniors
querían ver y disfrutar del maravilloso espectáculo que el Euzkadi ofrecía en
cada partido.
Y había que cumplir con
el compromiso sureño, acudiendo a disputar una serie que había sido
selectivamente programada por los cinco grandes clubes argentinos. Pero al
arribar a Buenos Aires, en medio de una extraordinaria expectación, se
encontraron con la cruda realidad y desilusión, pues las maniobras
maquiavélicas de personalidades españolas, impidieron la celebración de los
juegos contratados. No hubo manera de jugarlos, pues los tentáculos del sistema
franquista habían sido certeramente dirigidos.
José Iraragorri, Insigne Delantero Vasco |
De retorno a México, el
cuadro vasco hizo una escala en Chile, para desde allí embarcarse hacia tierras
aztecas. Las ganas de seguir reuniendo fondos, los hicieron jugar un encuentro
en Valparaíso, contraviniendo las órdenes de la Federación Nacional de Chile,
que también había caído en la trama facciosa, pues el presidente de aquel
combinado guardó el telegrama oficial que le impedía disputar aquel encuentro y
sólo lo hizo público una vez realizado el partido. Y es que las fama del buen
fútbol que mostraba el Euzkadi ya no tenía límites. Al final, el cotejo también
fue ganado por los peninsulares.
Luego de que se
truncaran la serie de cotejos que sostendrían en Buenos Aires debido a los
comentarios malintencionados venidos desde España, el combinado vasco regresó a México, sin embargo, antes
cruzó el Mar Caribe para aterrizar en Cuba. Allí, se enfrentó al Centro Gallego
de la Habana, cuadro al que doblegó por 2 goles contra cero, y, posteriormente,
se midió ante la Selección Cubana de Fútbol, escuadra a la que barrió por un apabullante
6 a 0, poniendo fin a su gira por Latinoamérica.
Una vez de regreso en
México un ofrecimiento imposible de rechazar les llegó de parte de las
autoridades del fútbol azteca: jugar el campeonato nacional del balompié
mexicano. Como un equipo más, el combinado de Euskadi pelearía palmo a palmo la
corona de campeón de aquel fútbol con equipos de la talla de el América, el
Real Club España, Necaxa o el poderoso Reforma, equipos que regían el deporte
rey en esos años en la tierra de Pancho Villa.
La invitación fue
imposible de refutar. Corría el año 1938 y en España la guerra seguía
desmembrando al país. Las tropas franquistas tenían bajo su mando a tres
cuartas partes del país. Bilbao y el País Vasco habían caído bajo las garras
fascistas y el bando republicano concentraba sus esfuerzos de contrarrestar los
ataques falangistas parapetados en Cataluña y Castilla-La Mancha. En
definitiva, el futuro para la madre patria se veía más que oscuro y los
españoles desperdigados por el mundo necesitaban aún más la ayuda que podía
enviarles ese montón de soñadores que les permitía tener el pan cada día.
La presentación del
cuadro vasco en ese campeonato fue sencillamente espectacular. Terminaron
segundos tras el Asturias, contabilizando siete triunfos, un empate y cuatro
derrotas, y cosechando un punto menos que el cuadro que se coronaría campeón,
alzando a Isidro Lángara, Pedro Regueiro y
José Iraragorri como puntales y figuras de la competición.
Una vez concluido el
campeonato, y al resolverse la cruenta guerra civil en España con el triunfo
del fascismo, el cual se enquistaría por casi cuatro décadas bajo una terrible
dictadura a manos de Francisco Franco, el Euskadi decide disolverse. Los equipos argentinos seguían con interés
las actuaciones de los jugadores vascos y empezaron los fichajes: Zubieta,
Lángara, Emilín e Irarragorri, por San Lorenzo de Almagro; Blasco, Cilaurren,
Aedo y Areso, a River Plate. Otros se calzaron las camisetas de distintos
clubes mexicanos. Y algunos, como los hermanos Regueiro, se alejaron del fútbol
para iniciar negocios en México. En definitiva, el místico, carismático y
espectacular equipo que luchó por su patria y por su gente llegaba a su fin.
Atrás quedaban más de
dos años de sufrimientos, alegrías y sacrificio. De luchar en el frente, en la
retaguardia, en el mar. También en el exilio. De luchar con pocas armas, dando
el pecho, con valentía y hasta con los pies. Había que seguir y se seguiría.
Era una consigna clavada en hasta en la médula. En el corazón. Más que nunca, Euskadi
tenía que vivir, y seguiría viviendo. Y hubo un Gobierno vasco joven y con
garra, que no olvidó a nadie. Fueron los niños los primeros; fueron los
ancianos y los sin techo; fueron también los que sufrían y tenían muertos. Se
salvó la juventud y quedó la semilla. El grito se había dejado oír en Europa y
el mundo. Sin armas ni secuestros. Sin amenazas ni rescates. Con un balón de
fútbol y mucho sacrificio, el Euzkadi le mostró a todos que los sueños, el amor
por el próximo, los ideales y por sobre todo el sacrificio en torno a un balón, valían más que toda la maquinaria de
guerra espuria y despreciable con que Franco y sus secuaces aniquilaron su
patria.
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